domingo, 14 de julio de 2013

Si al final de cuentas

Quiero sonreir. Sí, sacudirme un poco los juicios y la prudencia. Si al final nos vamos a terminar riendo de esto y de todo, porqué no empezar ahora. Empecé.

jueves, 4 de julio de 2013

Recuperando

A veces me olvido de cómo soy. Me pongo a mirar a los costados y me lleno de obligaciones ajenas de las que nunca termino de adueñarme y que me dejan medio fruncida, extrañada. A veces me olvido de que me gusta tanto todo. Pero no todo, todo; claro que hay cosas que no me interesan en lo absoluto. Pero de las que sí me gustan, de esas quisiera aprender hasta volverme experta, manejar esa danza o ese instrumento suficientemente bien como para lucirme en público y llevarme la canasta llena de "ohhs". Pero eso funciona como un destello, un instante exitista al que le sigue la tarea mucho más real y feliz de simplemente sentir tu cuerpo yendo a la par de ese ritmo y tus dedos, que descansan mientras tus oídos persiguen un sonido ajeno y majestuoso.
Sigo los parámetros establecidos, los horarios, las obligaciones, las que te convierten en alguien digno (de qué nunca me queda claro; será de formar parte de esta sociedad que me tocó en suerte?). No sé, che. Tengo ideas buenas, buenísimas, de esas que no se te olvidan porque vuelven, siempre vuelven y te miran con algo de recelo, esperando. Son clarísimas. Lástima que esas ideas, las que emocionan, esas que están tan buenas vengan a romper con las carreras prefijadas que de seguro te van a llevar a algún lado.
Pero no culpo a nadie por esta última falacia. Forma parte de las vergonzosas excusas que barro debajo de la alfombra.
Estoy cansada de mirar de refilón, a los costados, obligándome a lo ajeno, desoyendo lo propio. Qué pasa conmigo que me ando olvidando a cada rato de cómo soy.

Y Julio dijo esto: "Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son"

martes, 2 de julio de 2013

Superlativismo

Qué es aquello tan extraño en nosotros que se siente llamado a leer acerca de los mejores restaurantes de la ciudad, los mejores goles de la temporada, los tips infalibles para una primera cita o los cinco mejores lavavajillas del mundo. Quién está detrás de esas selecciones que nos acercan lo mejor del planeta. Podría ser yo misma, quien desde la comodidad de esta silla, les vendiera experiencias de lo más ajenas o insólitas, bajo la rigurosidad del wikipedia o de una revista online bizarra que encontré de casualidad acerca del under noruego. Merman verdaderas autoridades, un conocedor del tema, alguien que se haya quemado las pestañas para adjudicarse el título de perito con conocimiento de causa. La misma persona que me impone una lista con las mejores cinco terrazas donde ir a tomarme una cerveza al aire libre, puede estar hablándome sin haber salido de su casa en los últimos dos años, no saber dónde queda la Av Juan B Justo, odiar la cerveza, o peor aún, puede ser una fama encubierta, recomendando lugares que en su puta vida pisaría, y a los que solo se acerca con fruncimiento desaprobatorio.
Hay una reproducción galopante de opiniones acerca de lo más recomendable, aplicables a todas las jurisdicciones y temas imaginables. Todo es medible desde una pretendida objetividad que iguala y aplasta. Hasta parece que hay parámetros para medir cuál es el país más feliz del mundo, los cuales se basan en cuestiones tan cercanas a la felicidad como el PBI, el impacto ecológico, y demás items que tanto tienen que ver con las sonrisas y ese tibio calorcito que acompaña a aquellos fugaces momentos en que entendemos algo acerca de lo que quiere decir la felicidad (cuestión subjetiva y relativísima por excelencia)
También se usa indiscriminadamente el "científicamente comprobado" para reforzar opiniones tan dudosas como "tomar mucho té puede provocar caída de dientes", o mejor aún, "confirman los científicos (quiénes?!) que el sexo mejora los síntomas del resfrío". Este Uno impersonal que nos impone sus máximas, determina un universo absurdo de "más" y de "menos", revelando historias inciertas que muchas veces tomamos como propias y les agregamos un poco de esa pimienta que guardamos junto a la grandilocuencia y las risotadas fingidas.
Pensábamos que eramos bastante más inteligentes pero resulta que no. Que jugamos a la incredulidad a medias, permitiéndonos creer cualquier cosa, siempre y cuando esté precedido por la superlatividad que un tipo determina, basándose en lo que otros dijeron y publicaron mientras reflexiona acerca de, por ejemplo, que ya está siendo hora de cortarse las uñas de los pies. Pero basta una sola raba en mal estado en el mejor restaurante de la ciudad, haber sido el perejil al que le tocó el lavavajillas que venía mal de fábrica, repasar los "must" para la cita desde el macetón donde te dejaron plantado, o terminar con una fiebre galopante producto de un revolcón en medio de estornudos intempestivos, para que se nos venga todo abajo. Pero ni aún ahí nos hacemos responsables de vivir en tercera persona del plural; de acuerdo a lo que ellos me dijeron.
La versión personal, única y no intercambiable, es la que tiene que venir delante. Y a través de la autenticidad de esa vivencia es posible encontrar una verdad objetiva, más profunda, en la que muchos de nosotros podamos encontrarnos. El camino parece ser inverso, en vez de guiarnos por superlativos sin fundamentos, por qué no dedicarnos a encontrar lo que es mejor para mí. Y no sé bien por qué, pero sospecho que eso que ha de ser lo mejor para mí, también es lo mejor para otros. Me gusta pensar que a las apariencias que nos diferencian tanto, les corre por debajo una especie de naturaleza humana superlativa...