lunes, 26 de diciembre de 2011

días llanos

Hay días gastados, días con los codos rotos, todo un montón de horas perdidas a cuenta del futuro. O a cuenta de otros días, otros más útiles. Días escasos de matices. Días corrientes vividos sin urgencia ni pena. Son los días parte, pieza, segmento de un todo invisible pero cerrado. Días de relleno, en que nos volvemos indulgentes con nosotros mismos y con todos los otros también.
Pero a no confundirse que no por eso son desechables. Son más bien esos momentos en que dejamos de estar apurados, que nos damos por perdidos un rato y en ese vagabundear honorable descubrimos algunas cosas. Restamos importancias. Vamos campantes. Somos seres cotidianos. Tenemos los ojos conformes y sonrientes. Perdemos el tiempo con gusto y a sabiendas, cómplices con nosotros mismos. Tiramos el día a la basura y entonces todo cambia. De repente hacemos las cosas a propósito y atendemos nuestras necesidades a rajatabla. Las cosas que nos rodean nos hablan de otro modo, compinches. Ellas también nos admiten como parte de sus mundos. Y por un instante todo lo común, lo corriente nos ofrece permanencia, quietud, verdad.
Se va haciendo de noche y por primera vez en mucho tiempo, no importa. Es solo una noche más, una noche parte, vestigio, una noche fragmento.

domingo, 13 de noviembre de 2011

cornisas

Tengo vocación de acantilado. De incertidumbre. De finales inconclusos. De certezas refutables y provisorias. De titubeos a mediodía y constantes fluctuaciones. Tengo sueños indefinibles, sueños anárquicos y otros más conocidos, de esos que vuelven. Y sí, tengo vocación para lo incierto. Para todo eso que no puede encerrarse entre palabras ni paredes: el color, el silencio. El amor, claro.

lunes, 4 de julio de 2011

mundos

Nunca vemos el mundo tal como es. Nadie sabe cómo es realmente. Solo podemos verlo a través de mundo en el que aprendimos a sobrevivir. Y allí vamos cada vez que el mundo, el de verdad, nos mira directamente a los ojos, una mirada que no podemos sostener a fuerza de seguir vivos. El mundo adulto quizás sea eso, un montón de gente niña refugiada en su propio mundo, uno milagroso, uno de esos que no es muy grande ni tiene rincones oscuros, pero donde todo lo que queramos puede llegar a ocurrir. Tengo la sensación de que mucho tiempo atrás ya era consciente de disfrutar estando ahí. Lo llamaban jugar, pero yo sé que era mucho más que eso. Quizás era el intento más humano de supervivencia. Construía arriba de un mundo roto.
Vivimos en el mundo tal como es, pero al menos no solos. Siempre tenemos al otro, el nuestro, el mágico, tan cerca que con solo perder la mirada ya estamos ahí.

lunes, 20 de junio de 2011

se busca

Hace unos días que ando con risa cambiada. Y no fue solo un día, no. Llevo riéndome así hace una semana. Temo habérmela contagiado vaya uno a saber de quién. Arranca bien, espontanea, una risa, va. Pero termina con un dejo a presentador televisivo que me termina frunciendo un poco el seño, y por dentro me asedia un gigantezco "¡¿qué?!"... En fín, estoy empezando a dudar de que sea realmente mía. Quizás mi risa siempre va cambiando sin que yo lo note. Dudoso, aunque ¿cómo saber si me río igual que hace quince años atrás? Cómo responder a semejante cosa, pero por sobretodo, a quién le importa. No tengo tiempo para preguntas de índole metafísica. Llevo un rato largo haciendo un recuento de las últimas risas a las que me he sumado o las que he propiciado y no hay indicio de que haya recolectado esta risa fraudulenta por ahí. ¿Quién se está riendo entonces si no soy yo? Buenas tarde, quisiera denunciar el uso ilegítimo de mi risa. Que usted quiere denunciar ¿qué cosa?. Me la robaron, señor, y no sabemos cuánta gente allí afuera esta cometiendo semejante ignominia, imagínese, mi risa impostada recorriendo la ciudad, escuche como suena, sobretodo al final, escuche bien. Suena un poco a... Sí a eso, dígalo, a Tinelli, o peor... Pero ¿qué es exactamente lo que quiere denunciar?. Deje nomás, me voy a hacer unas gárgaras con bicarbonato y si no me vuelve, mañana me vengo otra vez.

viernes, 17 de junio de 2011

vivir en la belleza

Sozinho
Caetano Veloso


Às vezes no silêncio da noite
Eu fico imaginando nós dois
Eu fico ali sonhando acordado
Juntando o antes, o agora e o depois

Por que você me deixa tão solto?
Por que você não cola em mim?
Tô me sentindo muito sozinho
Não sou nem quero ser o seu dono

É que um carinho às vezes cai bem
Eu tenho meus segredos e planos secretos
Só abro pra você mais ninguém

Por que você me esquece e some?
E se eu me interessar por alguém?
E se ela, de repente, me ganha?

Quando a gente gosta
É claro que a gente cuida
Fala que me ama
Só que é da boca pra fora

Ou você me engana
Ou não está madura
Onde está você agora?

Quando a gente gosta
É claro que a gente cuida
Fala que me ama
Só que é da boca pra fora

Ou você me engana
Ou não está madura
Onde está você agora?

http://www.youtube.com/watch?v=wb4RauhteFA

miércoles, 15 de junio de 2011

sincericidio

En la era de la honestidad brutal, del exhibicionismo excesivo, donde todo el mundo pone todo ahí, al sol, los trapos y demás prenditas íntimas, no hay ni un atisbo de pensamientos auténticos y trasnochados. Llevados por una sinceridad kamikaze, todo el mundo se inmola en contra de la pacatería, vomitando verdades justo ahí, en tu cara. Pa' que tengas. Y después de cantarte las mil, se aleja pavoneando esa colota que llenó de sentencias para aleccionar al mundo circundante. Nadie parece reparar en el hecho de que decir todo, siempre y a todo el mundo, equivale a no decir nada en absoluto (o al menos nada que le importe mucho a nadie)
Esta rebeldía perpetua termina restando credibilidad mientras aplasta las sutilezas y los matices que atraviesan la vida. Nada es tan de "esa" manera. Encima, esta filosofía de la auto-aniquilación nos desconecta del mundo o al menos del de al lado, aún si saltáramos al vacío de la mano.

lunes, 6 de junio de 2011

el miedo más grande

Ese miedo, el más grande, es el miedo a dejar de pensar. Nada nos da más miedo que frenar, aunque sea por un instante, la maquinaria elucubrante que cargamos sobre los hombros. Y cuando hablo de frenar hablo sencillamente de frenar. Distinto de encubrir ese mecanismo desbocado bajo un montón de actividades que nos echamos encima para simplemente distraernos mientras la cabeza, por debajo y en la oscuridad sigue enredando ideas y sus sombras. Creemos que ese trabajo ininterrumpido del intelecto nos vuelve agudos, nos mantiene alertas. Pero si algo no ha de detenerse nunca, logrando una uniformidad casi perfecta, difícilmente pueda dar lugar a algún atisbo de creatividad. Probablemente estemos siempre repitiendo lo mismo pero como nunca es posible salirnos de nosotros mismos (siendo nosotros mismos aquí el equivalente de un gran cerebro sostenido por sí mismo, ya que al cuerpo lo perdimos por el camino, hace un tiempo largo), ni siquiera nos estamos dando cuenta de nuestra condición tan redundante y aburrida. Más escalofriante aún, tampoco podemos reconocer la repetición en el pensamiento y las reacciones concomitantes de la gente que nos rodeas. Somos eso, un mundo que derrocha fastidio sin ningún tipo de vergüenza.
Pienso, luego existo. Esa fue la frase que sepultó de un zarpazo toda la insolencia, la singularidad y la frescura de la que era capaz el intelecto humano. Se lo ubicó por encima del hombre, hasta por encima de su existencia, se lo deshumanizó y así se transformó en un órgano enfermo y desbordado. Soy lo que pienso se repetía entonces el hombre, ciego y porfiado. Y eso le trajo todo tipo de tristezas nuevas. Tristezas que intentaba menguar a fuerza de nuevos pensamientos que poco tenían de refrescantes y que solo venían a fortalecer esta trágica identificación entre el ser y el pensar. Gracias a la reproductibilidad desenfrenada de la era de la ciencia y la técnica, los pensamientos ya no cabían en las cabezas de los hombres y entonces empezaron a deslizarse por los hombros de la gente, saltando desde las orejas. Es que allá arriba estaban todos repetidos, eran siempre iguales pero crecían en número. Empezaron a andar por sí mismos, primero algo tímidos. Los que no lograban salir probablemente se fueron a alojar en algún otro órgano del cuerpo. Si uno mira entrecerrando los ojos quizás pueda verlos a los empujones entre la gente en la calle, agarrados de la baranda del subte y hasta esperando su turno en algún consultorio oftalmológico (la mayoría lleva los párpados sorprendentemente abultados y la presbicia pisoteándoles el horizonte) Tienen sueños exiguos y la sonrisa ceñida, muy apretadita.
El saldo, cada vez más gente con los órganos repletos de pensamientos enquilosados y un problema demográfico alarmante, debido al crecimiento licencioso de cabezas fantasmagóricas y pensamientos errantes.
Dejar de pensar se vuelve inconcebible para quien depende de sus pensamientos para existir. Si no pienso, luego dejo de ser Juan, Martín o Claudia. Esta certeza la guardamos en el bolsillo del pijama, y justo después de lavarnos los dientes a la mañana la guardamos de un saque debajo de la solapa de nuestro saco, para volver a colgárnosla al cuello cuando entramos en la oficina y nos sacudimos el abrigo. La llevamos a todas partes, siempre pegada a nosotros. Ante todo, pensar como un enajenado (de lo contrario, echarse un clavado al vacío) Así justificamos las conjeturas más imprudentes a las que llega nuestra cabeza después de una jornada completa en que piensa sin respiro a fuerza de no liquidarnos, a fuerza de mantenernos en la existencia. Pero si por un momento me animase a dejar pensar, reconocería de inmediato que no he dejado de existir. De hecho, no estaría tampoco menos viva o me convertiría en un ser menos inteligente. No es que pienso, y gracias a esa actividad realizada por una sola parte de mí, entonces me reconozco como algo que existe. Si puedo sentir mi existencia (sí, sentirla) es porque esta no depende del pensamiento sino a la inversa. Soy (ante todo) y además pienso. Las sensaciones no se reproducen, no se repiten necias, no me ahogan. Me devuelven a mí, a eso que hace que yo siga existiendo, ya sea que este pensando, nadando o riéndo insensata, solo porque sí. Qué sea eso que subyace a mis pensamientos y sensaciones ya es otra cuestión (o por lo menos no cabe por gordota en este párrafo ya larguísimo) Puede ser eso que llaman conciencia, alma, espíritu, substancia. A mi me gusta llamarlo vida. Esa que es mía pero que también es parte de algo más grande porque está por todas partes, misteriosa e inasequible (sobretodo con la cabeza)

domingo, 29 de mayo de 2011

para qué sirve?

Todo tiene que servir para algo, aún cuando no tengamos la menor idea del porqué de nuestras acciones. Estas deben ser útiles y punto. Y lo serán en cuanto seamos seres productivos claro. Producimos "cosas" ¿y producimos ideas también? No, me parece que no, las ideas las pensamos, las pedimos prestadas de una gigantesca bolsa de ideas que lleva la humanidad bajo el brazo y las ordenamos, jugamos. Quien se jacte de producir ideas ex-nihilo amerita una sonrisa burlona acompañada de juntadita de dedos.
El verdadero sentido de utilidad va de la mano de la "cosa", eso que no es sino el producto de muchas horas de trabajo, y si hay sudor de por medio mejor. ¿Más útil? no sé, pero quizás encierre algo de romántica dignidad ese esfuerzo, aún cuando el trabajo que demandó esas dosis de sudor y manos cayosas sea de lo más indigno e infrahumano.
Hay que ser útil sin cuestionarnos demasiado si nos gusta lo que hacemos. Y pareciera que solo hay un tiempo para cuestionamientos profundos, que es muy corto, y que se superpone a otro tiempo, ese en que todavía no sabemos para nada quiénes somos pero en el que estamos inmersos en la tremenda tarea que implica descifrarlo. Entonces redondeando, mientras nos esforzamos por limpiarnos las obligaciones y las exigencias sociales para tratar de escuchar esa voz ahogada que no es sino la nuestra, también hay que saber qué es lo que nos gusta y tomar una decisión al respecto contrarreloj, decisión que quizás nos condicione el resto de nuestras vidas (o una buena parte, de seguro los mejores años, esos de la juventud...)
¿Y toda esa gente que no se cuestiona nada, que parece feliz de hacer lo que hace sin permitirse preguntarse por qué hace una actividad que demanda la mayor parte de su día, sobretodo de la parte en que está despierto y vive la vida concientemente? ¿Hay en ellos algo de disconformidad solapada o alguna pasión adormecida?. Quizás tenga que ver con ese nudo en el pecho crónico que les invierte la sonrisa o quizás se les escape en ese trato algo áspero que tienen a diario con alguien que esta cerca. Me cuesta pensar que la vida misma no los desafíe de vez en cuando, a lo cual puede que respondan subiendo el volumen de la tele, trabajando hasta el domingo o saliendo a correr cinco veces a la semana, cada vez más rápido (no sea cosa que la vida los alcance, les ponga una mano en el hombro y con una sonrisa de lo más inocente les pregunte por qué carajo corren).
Hay muchas vidas "no elegidas". Quizás eso sea la única elección que toma todo este montón de gente: no elegir (aún cuando podrían) Ojalá tanto esfuerzo, tanto sudor, tanta juventud estuviesen guiados por un "desde mí" y a conciencia en vez de por un "porque sí".

lunes, 23 de mayo de 2011

decisiones que cambien algo

que levanten persianas, las de tu alma y alguna otra que ande cáida poráhi
que barran pedazos de enojos muertos,
que transformen caras y gestos rotos en guisos invernales, repletos de zapallo dulce, flotando en un burbujeo que hace ruido a domingo
decisiones que nos despierten despacito, y nos inviten a jugar, como locos y a los saltos
que nos permitan escuchar eso que la noche murmura
que nos sacudan la indiferencia
que nos dispongan a amar

puentes celestes

Hay mundos que se tocan. Tienen las manos redondetas y se acarician la frente, los párpados, se recorren la nariz, sorteando océanos y montañas. Se hablan en secreto y se sienten tan bien. Y giran, se persiguen entre millones de estrellas y cielos negros. Uno de ellos se esconde tras la luna. El otro se rie al verlo metiendo panza tras una lunita diminuta. Es que a veces los mundos se tocan. Estiran los brazos, redondetes, dándose algunos besos. El amor, el amor.

miércoles, 18 de mayo de 2011

de audiencias y silencios

Siempre hay alguien viendo lo que hacemos, qué es de nuestra vida, cómo vamos con todos esos planes de los que alguna vez nos jactamos. Son los testigos de nuestra propia continuidad, o de nuestra falta de constancia ¿por qué no?. Me pregunto qué sabor podría tener todo esto que hago si no hubiese alguien del otro lado para verlo, escucharlo, leerlo. ¿Cuál sería el efecto de una tribuna vacía? Es que cuando el público nos gusta, nos atrae o nos resulta muy respetable entonces pareciera que lo que hacemos con nuestras vidas y hasta lo que somos nos satisface un poco más, a veces quizás nos sentimos hasta orgullosos de nosotros mismos. Como que alcanzamos por un rato.¿Por qué el acento está puesto allá afuera, allá en la audiencia? Encuentro personas que no hacen más que comunicarme todo lo que hacen, máquinas expendedoras de experiencias personales, desde la más trivial hasta la más íntima o vergonzosa. Esa agobiante tarea de ser público a diario. Y hay días en que es tal la demanda de afuera que queda poco silencio para poder ver qué pasa conmigo cuando nadie me mira, me escucha o me lee.

martes, 17 de mayo de 2011

madrugando

de algún rincón del laberinto

Y le pedimos al amor que nos dé un pedazo de vida verdadera, de muerte verdadera. No le pedimos la felicidad, ni el reposo, sino un instante, sólo un instante, de vida plena, en que se fundan los contrarios y la vida y la muerte, tiempo y eternidad pacten.

Octavio Paz

martes, 19 de abril de 2011

hay de todo

hay miradas ensordecedoras
caricias de plastilina
y también,
también hay sonrisas de medialuna.
hay párpados apretados
y un montón de horas muertas

hay invierno por todas partes
y elefantes arrodillados

hay cortinas que estiran las manos y atrapan todos los rayos del sol
hay felpudos desilachados
poemas insurrectos
y memorias de un caracol

domingo, 27 de marzo de 2011

de paseo

Ella le dice de salir a dar una vuelta. El contesta algo resagado. Ella le tira un Dale! con sonrisa cómplice. El le alcanza su dedo por donde ella sube corriendo, trepando con esfuerzo por todo el brazo, sorteando los pliegues y huecos de la camisa arremangada del gigante hasta llegar a su hombro donde se agarra con fuerza pero confiada. El se agacha un poco y traspasa la puerta. No eligen rumbo. Van charlando y el camino se vuelve solo una excusa. Allá arriba ella siente como el viento le mueve algunos pelitos. El da pasos de gigante, de qué sino, dejando huellas profundas, llenas de humildad. Ella le señala algo en el camino. El la deja bajar apoyando una mano en el piso. Allí abajo ella se carga una hojita diminuta en el lomo y empieza a caminar un poco zigzagueando. El levanta el resto de las hojas en un solo dedo y así van los dos, a paso de hormiga arrastrando sueños gigantes.

jueves, 17 de marzo de 2011

de hormigas y gigantes

Se sacude bien las patas en el felpudo antes de entrar a la casa, una a una, todas las patas. Un poco encorvado y frotando el pelo despeinado contra el techo, el gigante saca la pavita del fuego, usando sus dedotes toscos y ásperos. Se da vuelta cuando escucha la puerta de entrada cerrarse y se le escapa una sonrisa incontenible que le estalla por los ojos al verla ahí, esa figurita esbelta y negra que da saltitos y brilla por el sol que entra por una ventana y se pierde en alguna esquina de la casa. La invita a sentarse a su mesa. Comentan un poco las noticias de la semana, mientras ella le acerca una tostada preparada con manteca y dulce. El agradece con ojos de infinito. A lo lejos se escucha a los leñadores que van abriéndose paso por el bosque. Cada vez están más cerca. Ella mira para afuera y se achica de hombros dejando ir un suspiro desconsolado. El menea la cabeza y en eso se lleva puesta la lámpara que colgaba del techo. Ella entonces se rie como loca tirándose para atrás en la silla y agitando las patas. El gigante escupe el té que estaba apunto de tragar y lanza una risotada que sacude toda la casa. Ella agarrándose la panza de la risa sobre una silla que no deja de moverse, se da cuenta que el mundo puede caber, todo entero, entre esas paredes.

miércoles, 16 de marzo de 2011

sobre las palabras

-Hay que cuidar las palabras.- dijo el poeta, cómplice del silencio.
-Hay palabras sin sombra, palabras de polvo y palabras suicidas con alas de grito.
El poeta me regaló un ramo de palabras frescas, las de un poema milagroso, que en su soledad reía abundantemente. Y también llovía estrepitoso. Las palabras entonces echaron raíces y crecieron sacudidas por la pasión de lo breve. Salí a buscar al poeta pero no pude encontrarlo. Algunos dicen que mucho tiempo después alguien lo vió, acurrucado en alguna esquina, tiritando de inédito.


...después de leer a R. Pérez Estrada

el lago... sucio de luna

martes, 15 de marzo de 2011

sobre la soledad más sola

La soledad no es más que la distancia respecto de uno mismo. A veces cuando la distancia se hace grande la llenamos de gente, de ruido, de mucho ruido. O nos clavamos frente a ese monitor que nos nubla el alma. Y entonces estamos más solos que nunca. Somos lo que más cerca tenemos. No hay nada más cerca. Igual tomamos otros ingredientes, algunos que inventamos, otros que nos mandan de afuera y nos mandamos un menjunje extraordinario. Creamos imágenes de nosotros mismos y del mundo también. Imágenes gigantescas. Las defendemos armados hasta los dientes. Y nos sentimos heridos sin razón, pero heridos hasta el alma cuando alguien nos tira por la cabeza otro retrato distinto, muy distinto al de nuestra autoría. Ni hablemos acerca de la indignación que nos causan esas pocas, muy pocas personas que tienen el tupé de venir a levantarnos la careta y espiar un poco lo que hay debajo. Nos aterra el silencio, nos agobia y la cabeza viene a auxiliarnos con mil ideas insensatas. La conciencia es impensable. Es una realidad ajena, en la que nunca tenemos la valentía de poner un pie adentro.
La soledad es una imposibilidad, pero se vive como la realidad más patente. Nos olvidamos que vamos con nosotros mismos a todos lados, indefectiblemente. Y tampoco hay vacío. No mientras yo esté acá, vivita y coleando, como claro exponente de la vida.

domingo, 27 de febrero de 2011

dónde duermen los pensamientos

Mientras doy algunas vueltas en la cama los tipos se despiden una y otra vez. Se empiezan a alejar y apenas se dan vuelta para echarme el último vistazo deciden quedarse y se vuelven a sentar en el borde de mi cama. Yo ya conozco un poco el ritual y los dejo quedarse un rato más. Total ya se van. Los vuelvo a despedir por última vez. Esas despedidas interminables que no son definitivas, que son casi el preludio del próximo encuentro. Pero yo me creo que sí, que los estoy soltando como quien deja ir sin aferrar nada. Pero no hay congoja ni desaliento. Me los olvido rápidamente, como a los muertos ajenos. Estoy despierto.
Ayer, justo a las tres de la mañana me tocan la puerta. Despeinado me asomo por la ventana. Son todos ellos, ellos que despedí hace un par de noches nomás. Los tipos despiertos no paran de hablarme todos a la vez. La pucha. Saludo a regañadientes, qué corno hacen acá. Les lanzo varios bostezos esperando desanimarlos. Pero nada ché, se me empiezan a colar por debajo de la puerta y hasta uno me sigue hasta el baño. Se sienta en el borde de la bañadera a esperarme. Me vuelvo a la cama y me tapo dándoles la espalda.
A la mañana me despierto recordándolos vagamente. No tengo idea de a dónde se fueron y no recuerdo haber escuchado la puerta de entrada cerrarse tras ellos. Entonces empiezo a buscar un poco desesperado por toda la casa. Abro los cajones de la cocina, los roperos, corro bruscamente la cortina de la ducha, me tiro al piso revisando debajo de la cama. Ni rastro. Sé que en algún momento de esta semana o de la próxima, me los voy a volver a encontrar. De día solo tengo su recuerdo. Probablemente duerman mientras yo vigilo despierto. Duermen en el espacio de mi vigilia. Ese espacio que no llego a ver, pero que ha de tener a todos estos acurrucados en los rincones.

amigo mío

Amigo mío,
tengo tanta necesidad de tu amistad.
Tengo sed de un compañero que respete en mí,
por encima de los litigios de la razón,
el peregrino de aquel fuego.
A veces tengo necesidad de gustar por adelantado el calor prometido,
y descansar, más allá de mí mismo,
en esa cita que será la nuestra.
Hallo la paz.
Más allá de mis palabras torpes,
más allá de los razonamientos que me pueden engañar,
tú consideras en mí, simplemente al Hombre,
tú honras en mí al embajador de creencias,
de costumbres, de amores particulares.
Si difiero de ti, lejos de menoscabarte te engrandezco.
Me interrogas como se interroga al viajero,
Yo, que como todos, experimento la necesidad de ser reconocido,
me siento puro en ti y voy hacia ti.
Tengo necesidad de ir allí donde soy puro.
Jamás han sido mis fórmulas ni mis andanzas
las que te informaron acerca de lo que soy,
sino que la aceptación de quien soy te ha hecho
necesariamente indulgente para con esas andanzas y esas fórmulas.
Te estoy agradecido porque me recibes tal como soy.
¿Qué he de hacer con un amigo que me juzga?
Si todavía combato, combatiré un poco por ti.
Tengo necesidad de ti. Tengo necesidad de ayudarte a vivir.

Antoine De Saint-Exupéry

viernes, 25 de febrero de 2011

cosas que te pasan si estas vivo

Se te acaban las excusas
Se te vuelan los pájaros
Se te cae alguna certeza
Se te anudan las sombras
Se te ensucian los planes
Se te notan las arrugas
Se te olvida la suerte
Se te tuerce la sonrisa
Se te pierde el ombligo
Se te escapan los besos
Se te acaba el papel

sobre el hábito más necesario

Nos rendimos ante roles, autoridades y voces. Nos perdemos de vista adentro de uniformes de lo más variados, del mameluco hasta el más vistoso. Vestimos palabras y pensamientos ajenos y cuadrados, secos. No tenemos la menor idea de quienes somos la mayor parte del tiempo. Lo que somos se ajusta a normas absurdamente auto-impuestas y así vamos, con zapatos que nos apretujan la espontaneidad y la corbata ahorcándonos los sueños. Quizás nos vendría bien revolear este atuendo imposible un rato y estar un poco más desnudos (aunque sea en nuestra casa evitando escandalizar a los vecinos o terminar presos) Gozar por un ratito de tener plena autoridad sobre nosotros mismos y atenernos únicamente a lo que se nos da la gana. Hacer de la autenticidad un hábito obligado. Ser uno mismo y del todo. Sentarme de vez en cuando a escuchar lo que yo mismo tengo para decirme. Basta de vanidad y de afectación. De risas estrepitosas y plásticas. De mandatos inquebrantables. De amores a media maquina.

sobre toda esa gente que vale la pena.

La empatía es una destreza, una habilidad, una experiencia. Es la que nos hace emocionalmente inteligentes. En definitiva esa es la única inteligencia que puede tener valor o la única de la cual merece la pena jactarse. Las grandes cuentas matemáticas y las teorías pomposas e irretrucables no nos hacen más inteligentes. De última nos vuelven un gran matemático o un tremendo pedante, pero no más agudos o brillantes. Ponerme en los zapatos ajenos debe tener que ver con eso a lo que nos referimos cuando decimos que una persona es humana. El nivel de humanidad de alguien (o su bajo nivel de bestialidad) se mide siempre en referencia a todos los otros. Esos otros que a veces se nos vuelven una amenaza pero de los cuales no podemos prescindir a fuerza de que nuestra vida tenga algún sentido, si ha de tener alguno. Y no puedo relacionarme con el resto de los humanos más que humanamente. Suponiendo que son portadores de algún rasgo humanoide, esto es, que sienten, piensan, se duermen y se rascan igual que yo y no como lo haría un jabalí o algún extraño ser de un planeta aun desconocido. Y podemos hablar de soledad, de alegría, de sorpresa o de desconsuelo como sentimientos que son comunes a todos, más allá de la intensidad con la que cada uno pueda vivirlos. Somos inevitablemente empáticos. Casi en forma automática reconozco que el tipo que está parado junto a mí esperando el semáforo no es un picaporte o una lechuza. Es un tipo y no hay duda. Y lo sé porque si me pusiese por un segundo en su lugar sabría que cuando el semáforo se cambie a verde va a caminar moviendo primero un pie y después el otro, en vez de agitar sus brazos y hecharse a volar, o que si decide quedarse parado lo va a hacer sobre sus dos pies, o a lo sumo se sentará sobre el asfalto para inconveniente del pantalón de su traje. Pero si por un instante sintiera ganas de conocerlo, de invitarlo a tomar un café, tendría que sentarme a la mesa con la empatía bajo el brazo. Si quiero realmente conocer a alguien tengo que ponerme en su lugar para ver como siente lo que siente o piensa. De lo contrario dibujo una lista de lo que pienso que el tipo es y se la pego en la cara, asumiendo que todo lo que diga que no respete la enumeración que se me cantó adjudicarle es un rasgo de locura incomprensible, y ahí nomás dejo de escucharlo porque bien todos sabemos que a los locos no vale la pena hacerles caso. Es imposible entender al otro esperando que calze en la horma que dicta mi comodidad. El saldo de algo semejante: toda una serie de relaciones con sabor a poco y descartables a corto o largo plazo pero suprimibles al fin.
No siempre lo que el otro logra expresar es lo que siente y descubrir esa sutileza requiere de un poco más de esfuerzo empático. Los sentimientos que nos vuelven frágiles y revelan lo más miserable del cuartito ese del fondo donde guardamos lo vergonzoso y cobarde, se dicen de mil maneras pero nunca por su nombre. Se disfrazan de mil colores y se escapan a pesar nuestro. Gracias a la empatía el mundo sobrevive a semejantes descuidos. Las ofensas y las omisiones de cada día se perdonan y aceptan porque podemos salirnos de nosotros y entrar aunque sea por un instante en el mundo del de al lado. Me enfurece el maltrato del chofer del bondi. Lo maldigo seguramente un momento. Pero se lo perdono porque puedo sentarme en el asiento sudoroso de un bondi que baja por la avenida abarrotada de autos y gente furiosa, sometiéndose a eso para ganar un mango podrido.
Vivir exclusivamente para calzarme el pellejo ajeno es también de lo más insalubre y para nada recomendable. Pero la gente que probablemente valga la pena es la que merece el esfuerzo de vez en cuando.

domingo, 13 de febrero de 2011

Autónomos y responsables no inscriptos

Que mi libertad termina donde empieza la del otro. Eso nos enseñan, esa libertad de manual, libertad a contrapelo, formal y poco franca. Perorata complaciente que nos deja a todos a tientas. Y la otra que nos mira alzando los hombros. La libertad que no sabe de otros, esa que solo sabe de mi. Y empieza y termina justo cuando llega a la punta de mi nariz, o me hace reir por los pies. No existe más allá de mis orejas y se muestra en la espontaneidad de un estornudo o en un bostesazo. Somos nosotros los que la hacemos depender del resto, de lo que hacen o dejan de hacer. Y ella mientras desconociendo semejante empresa inútil. Paremos un cacho. El toque de queda no está allá afuera. No son los demás los que me dejan ser más o menos libre. Qué es eso. La libertad se nutre de uno mismo, de nuestras elecciones valientes y a plena luz. La intensidad de la experiencia surge de ese instante de arrojo. Ese en que nos miramos para adentro y nos animamos a quedarnos allí un buen rato.

martes, 1 de febrero de 2011

sobre todo eso que está afuera

Ese muro de defensa, esa barricada a cuestas, esa que llevas a todas partes y manejas de un modo tosco, golpeando todo a tu paso. Dejas tu riqueza en casa para salir al mundo. Un método de vida rústico que te aleja de los detalles, de las sutilezas de este mundo y de tu verdadero ser, de todo lo profundo, lo claro y cierto. La vida se vuelve como un viaje insensato, un acto de rebeldía ya a destiempo, una renuncia a medias, la petulancia guiándote los pasos. Nada de bohemias honorables, de elecciones auténticas, de vagancia escandalosa, de valentía que te llene el alma. Vocación para hacer lo que no te gusta. Para ser lo que te repele en los otros. Te peleas con otros mundos a los que entras haciéndote lugar a los empujonazos. El mundo enemigo. Cuánto encastillamiento obstinado, cuánta celosa resistencia. Qué cansancio inútil. Te sacudís todo el día esa mosca que te aturde, esa sensación de derrota por haber entrado a un orden que no querías o que no elegiste, lo cual es lo mismo.
Hay que hacer el viaje, ese que te lleva al otro lado de vos mismo, el viaje del todo. Lejos de la impureza de las concesiones, los arreglos y los compromisos. Dejar la ambigüedad de lo que desconocemos y volver a nosotros mismos, ahí donde habitan las pocas cosas necesarias. Si pudieras callar ese personaje con el que salís a la calle y que te hace la vida indescifrable. El silencio es frágil y es escaso. Pero lo dice todo. Entonces no hay retorno al egotismo que te ahoga a cada paso.
Hay que elegir el mundo que preferimos, solo a ese hay que darse, "y a ese darse a fondo, como cuando se nada, se duerme o se quiere".

miércoles, 26 de enero de 2011

sobre la grandilocuencia

Escucho al mundo jactarse de enormes esfuerzos, derrochando autocompasión hasta el hastío. El mundo que ya no tiene vergüenza. Qué no sabés lo que me rompo el lomo trabajando, que no sabés lo que me "deslomo". Ese complejo de burro de carga me asquea. No sé para qué existen los privilegios si el que más recibe sin esfuerzo tiene la boca rebalsando de queja. Imagino al minero allá bien adentro, o bien abajo, cascando la piedra interminable con sonrisa burlona. Qué nos pasa que no vemos nada alrededor, ni más allá, más adentro, o bien abajo. Ceguera in crescendum.
"Pero vos no sabés lo que ser el del medio, el más grande o el único". Para cada cual una adornadísima justificación por la puta suerte que le ha tocado en este mundo. Nos separamos del resto y nos creemos dignos de un consuelo desmedido y eterno. Como si pudiésemos alterar algo como eso. El pasto verde del vecino tampoco esta exento de yuyos.
"Que no soy genial" Y... no. Unos pocos y por suerte que si no el mundo estalla de pedantería. La contracara de esto no es menos despreciable: una falsa modestia disfrazada de humildad.
El encierro es tal que ya no miramos a los ojos. El otro es un espejo imposible. Vivimos para ser importantes, envueltos en comparaciones poco criteriosas y de lo más estúpidas. Hablamos incansables acerca de los otros, lo que hacen, tienen, dicen, callan, para aliviar ese disconformismo crónico. Los otros hacen lo mismo, claro. Rotulamos incansablemente. Tenemos la estantería repleta de gente, esa amenaza cotidiana. Que este es así o el otro asá. Y todo es como yo lo digo. Yo. ¿Quién? Se pregunta el minero que ya se corrió la máscara para secarse la risa.
Y la vida que mientras se va. Se va.

martes, 25 de enero de 2011

Dedicatoria

A los que se vuelven pompas de jabón irrompibles
a los que se ensucian con gusto
a las pocas cosas necesarias
a las certidumbres desilusionadas
a los olores sin edad
a esa juventud cargada de infinito
a los que se caen del papel
a las risas desmedidas
a las despedidas inconclusas
a los que aman sin tiempo ni espacio
a los pájaros de grandes ojos azules
a los oídos sordos
a los llantos de mudo
a los sobre abiertos
a los goles de media cancha
a los semáforos rosas
a los silencios compartidos
a los viajes atemporales
a los que silban bajito
a los miedos a plena luz
a la vaguedad imprescindible
a los que se arremangan del todo
a los dedos sigilosos
a la cercanía cotidiana
a los turulatos
a las manos minuciosas
a la credulidad entusiasta



a los abrazos a tiempo