jueves, 17 de marzo de 2011

de hormigas y gigantes

Se sacude bien las patas en el felpudo antes de entrar a la casa, una a una, todas las patas. Un poco encorvado y frotando el pelo despeinado contra el techo, el gigante saca la pavita del fuego, usando sus dedotes toscos y ásperos. Se da vuelta cuando escucha la puerta de entrada cerrarse y se le escapa una sonrisa incontenible que le estalla por los ojos al verla ahí, esa figurita esbelta y negra que da saltitos y brilla por el sol que entra por una ventana y se pierde en alguna esquina de la casa. La invita a sentarse a su mesa. Comentan un poco las noticias de la semana, mientras ella le acerca una tostada preparada con manteca y dulce. El agradece con ojos de infinito. A lo lejos se escucha a los leñadores que van abriéndose paso por el bosque. Cada vez están más cerca. Ella mira para afuera y se achica de hombros dejando ir un suspiro desconsolado. El menea la cabeza y en eso se lleva puesta la lámpara que colgaba del techo. Ella entonces se rie como loca tirándose para atrás en la silla y agitando las patas. El gigante escupe el té que estaba apunto de tragar y lanza una risotada que sacude toda la casa. Ella agarrándose la panza de la risa sobre una silla que no deja de moverse, se da cuenta que el mundo puede caber, todo entero, entre esas paredes.

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