domingo, 13 de febrero de 2011

Autónomos y responsables no inscriptos

Que mi libertad termina donde empieza la del otro. Eso nos enseñan, esa libertad de manual, libertad a contrapelo, formal y poco franca. Perorata complaciente que nos deja a todos a tientas. Y la otra que nos mira alzando los hombros. La libertad que no sabe de otros, esa que solo sabe de mi. Y empieza y termina justo cuando llega a la punta de mi nariz, o me hace reir por los pies. No existe más allá de mis orejas y se muestra en la espontaneidad de un estornudo o en un bostesazo. Somos nosotros los que la hacemos depender del resto, de lo que hacen o dejan de hacer. Y ella mientras desconociendo semejante empresa inútil. Paremos un cacho. El toque de queda no está allá afuera. No son los demás los que me dejan ser más o menos libre. Qué es eso. La libertad se nutre de uno mismo, de nuestras elecciones valientes y a plena luz. La intensidad de la experiencia surge de ese instante de arrojo. Ese en que nos miramos para adentro y nos animamos a quedarnos allí un buen rato.

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