martes, 1 de febrero de 2011

sobre todo eso que está afuera

Ese muro de defensa, esa barricada a cuestas, esa que llevas a todas partes y manejas de un modo tosco, golpeando todo a tu paso. Dejas tu riqueza en casa para salir al mundo. Un método de vida rústico que te aleja de los detalles, de las sutilezas de este mundo y de tu verdadero ser, de todo lo profundo, lo claro y cierto. La vida se vuelve como un viaje insensato, un acto de rebeldía ya a destiempo, una renuncia a medias, la petulancia guiándote los pasos. Nada de bohemias honorables, de elecciones auténticas, de vagancia escandalosa, de valentía que te llene el alma. Vocación para hacer lo que no te gusta. Para ser lo que te repele en los otros. Te peleas con otros mundos a los que entras haciéndote lugar a los empujonazos. El mundo enemigo. Cuánto encastillamiento obstinado, cuánta celosa resistencia. Qué cansancio inútil. Te sacudís todo el día esa mosca que te aturde, esa sensación de derrota por haber entrado a un orden que no querías o que no elegiste, lo cual es lo mismo.
Hay que hacer el viaje, ese que te lleva al otro lado de vos mismo, el viaje del todo. Lejos de la impureza de las concesiones, los arreglos y los compromisos. Dejar la ambigüedad de lo que desconocemos y volver a nosotros mismos, ahí donde habitan las pocas cosas necesarias. Si pudieras callar ese personaje con el que salís a la calle y que te hace la vida indescifrable. El silencio es frágil y es escaso. Pero lo dice todo. Entonces no hay retorno al egotismo que te ahoga a cada paso.
Hay que elegir el mundo que preferimos, solo a ese hay que darse, "y a ese darse a fondo, como cuando se nada, se duerme o se quiere".

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