domingo, 4 de mayo de 2014

Un mar sin orilla

El agua se fue tranquilizando, se le borraron las arrugas, empezó a ablandarse, a soltar. Se quedó tan quieta. Y empezó a buscar esas orillas que azotaba con sus manos de sal, esas contra las que rebotaba sin pensar, sin poder parar de lastimar la piedra. Y no estaban más. Se habían desarmado, se había derretido, quizás. Y entonces lloró lágrimas que no tenían fin, que no cabían en ningún lado.
Justo ahí se supo infinita.

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