miércoles, 7 de julio de 2010

sobre máscaras y paracaídas

No sale de la cama sin antes acomodarse la máscara que se le desencajó un poco durante el sueño. En realidad como hoy no cree que va a salir de casa la deja apoyada con descuido sobre la mesa de luz. Se lava los ojos tristes y también los dientes. Deambula pesado por la casa, arrastrando los pies y el ánimo y todo un paracaídas aplastado de ilusiones e ideas maravillosas. Suena el timbre. ¿Quién será? Corre con sus pasos que suenan fuerte sobre el piso que a duras penas lo aguanta hasta la mesa de luz donde dejó la máscara. Se la acomoda ya de memoria y baja a abrir. Y siempre esas ganas de volver a la soledad de la cara lavada, donde sale lo real, todo eso que apretuja en sonrisas ajustadas y se le escapa en chistes poco atinados o más bien muy poco graciosos. Es que la máscara nunca calza del todo, el elástico que te corta al medio las orejas, los agujeros de los ojos despeinándote las pestañas y mostrándote un mundo imposible, Qué decir del calor de la cara aplastada contra el plástico, como para no querer volver corriendo a casa y no ponérsela por varios días. Y solo en la soledad más sola, a veces canta sin darse cuenta, se sacude lo gris dando algunos saltos y crea con sus ojos una imagen más amable de esta realidad a la que solo asoma disfrazando la angustia. Justo hoy encontró una de esas narices con anteojos y bigote incorporados, para variar un poco nomás.

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