Antes las nubes de la noche descansaban sobre el pueblo buscando el calor de
El asunto es que mi patrón se había quedado. Yo era muy débil como para dejarlo y también me quedé. Desde que quedamos solos nunca más hablo. Jamás supe si era de pura indiferencia o porque ya entonces no tenía excusas para ofrecerme a cambio de mi compañía. Y sin embargo me quedé. Había pasado más de un año desde que el último vecino se había alejado sin despedirse.
Poco a poco fuimos refugiándonos cada vez más dentro de
Un amanecer se me ocurrió matar al viejo. Pero pronto desistí. Su ausencia no cambiaría en absoluto esta historia. Mejor era contener las ganas por el solo hecho de tener ganas de algo.
Pero pronto esas ganas también se apagaron. Fue entonces cuando decidí dejarme morir. Pero el otro no me dejaba. No mi patrón sino el otro. Él me había condenado a morir lentamente, agonizando sobre el suelo seco y había planeado ya varias páginas para semejante acontecimiento, bastante intrascendente claro: un peoncito bien muerto en una tierra desierta en la que nadie sabría de él jamás. Ya me había usado de soldado anónimo que moría en el primer párrafo de su obra anterior. Sus promesas de protagonismo me llevaron a interpretar este personaje esta vez. Pero seguía siendo un muerto cualquiera, un muerto sin nombre ni historia. No esperaba ser un héroe ni nada parecido. Pero al menos algún diálogo en el que se escuchara mi voz, ni siquiera eso. Desde el comienzo del cuento me condenaba a un pueblo fantasma del cual solo me libraría la muerte inevitable de
Cuando desperté me colgaban unas trenzas largas y rubias. Enseguida me presentaron a uno vestido de conejo que sería mi amigo en un país maravilloso. Esto si que pintaba mucho mejor. Lo de las trenzas no me convenció mucho al principio pero poco a poco me fui acostumbrando...
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