jueves, 24 de junio de 2010

vida part-time

Escucho el ruido inconfundible del camión de la basura que frena en la esquina. Queda confirmada su presencia por el sonido que hace cuando compacta las bolsas de basura. Dos hombres allí abajo están trabajando. El camión se aleja y ellos corren trás él. Trato de imaginarlos ya de madrugada dejando su uniforme, saliendo de nuevo a la calle con esa luz eléctrica que un poco encandila cuando ya está amaneciendo. Y los imagino no tanto por lo interesante, aventurera o inverosímil que pueda imaginar la vida de alguien, sino más bien como una buena manera de detener el tiempo o tratar de empatizar, desde esta, la isla solitaria que soy, con el resto de la humanidad circundante. Dejar de pasar de largo y de prisa.

Gente que trabaja, que se emplea para gastar su sueldo en una vida que desconozco o abarrotarlo escondiendo billetes en algún libro viejo. Están por todas partes. Me los cruzo a cada rato. Veo al chino de mi cuadra salir al medio día por la puertita de la reja que cubre la entrada del mercadito y alejarse apurado con ese tranco rapidito y corto de zapato chico. No me queda duda que ahí nomás terminó de ser el almacenero de “el chino” y probablemente se siente en una pequeña mesa con su familia a tomar alguna sopa en un departamento céntrico que huele a indescifrables especies orientales. El mantel de la mesa es floreado, sin dudas.

Ese mismo medio día, en lo del dermatólogo que atiende en el tercero, la recepcionista apurada agarra su cartera y abrigo, y se despide de su compañera que llega a sentarse en la silla alta y giratoria adentrando con dedo índice la última miga que le queda en la comisura, esa del sándwich que compró abajo y deglutió en el ascensor. La que se va le señala las historias médicas que están apiladas sobre el escritorio. Le toca el próximo turno a Marcelo Sánchez, edad: 47, dirección: no figura ninguna; síntomas: excemas, comezón imposible; causas: camarones y recurrentes desamores. Marcelo también trabaja. Turno mañana, provincial número 6, Tres de Febrero, profesor de físico-química. Le toca cuidar el patio de doce y cuarto a una y media. Apenas toca el timbre, guarda las monedas para el bondi con las que viene jugando hace un buen rato, se acomoda el portafolio bajo el brazo y sale caminando erguido hacia delante. Otro trabajador que llega a su casa a ser simplemente Marcelo, nadie lo espera y la casa está oscura porque al salir no levantó las persianas.

A todos ellos los veo entrar o salir, o al menos imagino que pueden sentir ese olor a calle y transporte público que solo se siente cuando uno llega a casa después de trabajar.

Hay otros también, los trabajadores sin remedio, los siempre de turno, de asistencia perfecta, nunca enfermos, siempre uniformados. Entre ellos veo a un grupo de azafatas que arrastrando sus valijitas se saltean las colas de inmigración desde donde las estoy mirando. Salen todas impecables, con el pelo tenso y las polleras de tiro alto, los tacos y el rouge siempre intacto. Tengo serias dudas de que estas mujeres vayan a alguna otra parte donde les espere alguna otra vida. Sospecho que al salir por esa puerta vuelven a entrar por alguna otra pero sin dejar de ser nunca azafatas. Imaginarlas tomando un café en la mesa de al lado, descuidando su labor allá arriba, vistiendo cara lavada y zapatillas me cuesta bastante…

No hay comentarios:

Publicar un comentario